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Experimento #1 (o "entrada sin título A")

miércoles, 16 de octubre de 2013

(Entrada interludio, seguiré hablando de Japón pronto)


Haz algo creativo con tu odio y tu estrés, Parko, me dijeron.

De acuerdo, empezaré a fumar otra vez y con las colillas haré una replica de dos metros de la torre Eiffel en mi salón, desplazando la mesa para de cuatro plazas ampliable a seis, en un piso donde sólo vive uno, y donde las visitas no-indivuduales se limitan a las fiestas del barrio.

Cuando me pregunten sobre esta falsa torre Eiffel, diré que es un producto de mis nervios y que la fui construyendo poco a poco, a medida que me iba deconstruyendo y que iba perdiendo la compostura y que mi mente se iba partiendo en pedazos independientes que sólo se dedican a discutir entre sí, dejándome a mí en medio, como un testigo de mi autodestrucción interior, una manera de crear algo, por inútil que sea (Art can achieve NOTHING, leí una vez) una manera de crear algo, decía, de mis ruinas internas, de mis intentos fallidos por intentar engañarme pensando que, en realidad, en mi vida nunca he perdido el tiempo, que siempre he ido aprendiendo, aunque sólo trate de mentirme y soliviantarme a mí mismo, admirando mi decadencia como un paso adelante hacia mi plenitud como persona; o mejor, y más sencillo, diré que es un Banksy.

Diré que le conocí en Kyoto, cuando estuve solo,
[al no haber testigos de lo que hice nadie podría refutármelo, incluso ahora mismo usted que lee no sabe si aquello que digo inventarme no ocurrió en realidad y yo lo planteo como falso, ¿y si todo este texto está plagado de trampas para engatusarle? ¿Y si en realidad las trampas son falsas, destinadas a hacer que se pierda en mis deambulares por mis sinuosos pensamientos? ¿Qué sensación de vértigo, eh?] 
rezando en templos budistas, en uno de esos momentos de claridad mental y paz total a los que parece que sólo soy capaz de llegar cuando estoy lejos de cualquier elemento de mi rutina, cuando me encuentro en el limbo entre el desconocimiento y el descubrimiento; como cuando leo un libro nuevo, o encuentro un escritor digno de mi estante, que ENCAJA, que sé que quiero tener cerca, del cual me importa su opinión, una suerte de bújula moral o personal o norte ético al que preguntarle las dudas, reflexionar las respuestas, replantear bajo esa nueva luz las viejas respuestas a preguntas antiguas, tal vez los mejores y más fieles amigos que tenga jamás: mis dudas.

Porque esto es ser escritor, reflexionar durante una vida acerca de las neuras ajenas y propias (sobretodo propias), cosa que ocuparía varias vidas explicar y entender, luego escribir sobre ellas, reflexionar de nuevo, volver a empezar, pero nunca dejarlas del todo atrás, porque si eso pasara, al escritor se le apaga el fuego interno y es entonces cuando sus manos siguen intentando escribir, pero sin el corazón, solo por monotonia, sin vocación, escritores muertos en vida.

Miedo y Asco en Japón [2]

lunes, 7 de octubre de 2013

Respuestas a comentarios:

1.- Hermana, con esta entrada se va a quedar de piedra.
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Sobre Uji, Kyoto, los templos y la soledad.

Uji es un pueblecito que está situado a una media hora de Kyoto, pasando con los ferrocarriles JR por Fushimi-Inari, en dirección a Nara, y es donde teníamos el ryokan (hotel típico japonés).

Fue en Uji donde vi mi primer templo budista, la tumba de Ágata.

Una vez entramos, me lavé las manos y bebí un sorbo de agua, respetando las tradiciones antiguas, y vi un hombre que estaba acercándose al templo para presentar sus respetos a Buda. Me fijé en su secuencia de movimientos. Ofrecía una moneda, hacía sonar una campana, daba dos palmadas, se reverenciaba dos veces, unía las manos, ofrecía su oración en silencio, se volvía a reverenciar y se fue, sin más. Todo el proceso no duró más que unos segundos y, habiéndole visto a él, me decidí a seguir sus pasos y presentar mis respetos yo también, pues para eso había entrado al templo.

He leído, durante muchos años, libros sobre el budismo y sobre la paz y las fuerzas que hacen vibrar el espíritu, y el bien que llega a proporcionar al que se plantea entrar en el vacío del zen, en libros de Kerouac, sin ir más lejos, y fue en "Big Sur" donde más me conmocionó el hecho de la derrota total, la autoderrota que se imponía Kerouac a sí mismo como escritor, como falsa leyenda, como una farsa y un desastre, un hombre perdido, dolido y asqueado de sí mismo, donde se describen de la manera más cruda y más triste posible los pensamientos y sentimientos de un hombre con resaca, en ese estado donde todo lo que ve es oscuro y está muerto, y podrido y donde nada vale la pena, donde habla de sí mismo con más asco y pena y rabia de lo que uno pueda soportar. Volviendo al tema del zen, y habiendo leído la obra de Kerouac, es impactante comprobar cómo ese hombre roto y asqeuado de sí mismo es el que aparece también en "Los vagabundos del Dharma", ofreciendo prácticamente la otra cara de la moneda, donde intenta convertir del zen su manera de salir de todo, de empezar de nuevo, de redescubrir su poesía y su prosa y su vida, al fin y al cabo.

Explico todo esto como introducción a los siguientes párrafos

Un día, Eire se quedó con un colega suyo de Uji (que ya es casualidad que tuviera un conocido japonés y que viviera en el pueblo donde teníamos el ryokan), y se fueron a pintarse una pieza de graffiti conjunta. Yo mismo he pintado algunos graffitis, pero lo dejé al no ser capaz de aprender y dibujar y tener más maña para las firmas que para las piezas complejas.

Sea como fuere, decidí aventurarme a visitar Kyoto, sólo, cargando con la guía de viaje y un par de botellas de agua. Decidí visitar primero el templo de Toji, según el mapa bastante cercano a la estación principal. A los veinte minutos de paso ligero encontré una tienda donde alquilaban bicis, y ahí empezó la auténtica aventura. Tardé un cuarto de hora en llegar al templo (en bicicleta ya), entré y me lo encontré lleno de tiendas y puestos de comida y carpas con vasijas y ropa y demás. Muy diferente al ambiente que se puede encontrar en cualquier iglesia o cualquier mezquita.

Después de mostrar mis respetos en el templo principal, salí de allí dirección al castillo feudal de Nijo, un poco más lejos de lo que esperaba, y al que tardé en llegar cerca de una hora. Entendí encantado que el hecho de haber alquilado la bici había sido un tremendo éxito. No voy a aburrirles con detalles sobre el castillo o sobre el resto de templos que visité, sólo reflejaré algunas reflexiones inconexas a las que me vi abocado durante ese día.
Fue un día de paz total y completa.

No había podido pasar tantas horas (el día entero, en realidad) en un estado tan profundo de calma total. Soy un nervio, ustedes que me conocen lo saben, y verme en aquel escenario digno de postales, pedaleando, sin música puesta, tan sólo concentrándome en las calles y los olores, y la gente, y todo lo que me daba abasto a absorber... aquello fue genial. No se me ocurren más maneras para describirlo.

Hacia la tarde, cuando ya empezaba a caer el sol, llegué al templo de Ryoan-ji, y este sí que lo quiero comentar un poco más. ¿Han visto las imágenes del jardín Zen que alberga? Búsquenlas en un momento, por favor. Hecho esto, sigan leyendo. Desde una grada especialmente construida para ell, se puede contemplar el jardín. Se sienten donde se sienten, podrán contar 14 piedras. Pero eso no es del todo cierto, ya que si se mueven un poco, una de las piedras desaparece y otra aparecerá en su lugar. Seguimos contando 14 piedras, pero sabemos que hay 15. El dilema Zen que se plantea es sencillo, a la par de no tener solución. ¿Cuántas piedras hay en el jardín? Hay 15 piedras, pero sólo podemos contar 14. ¿Cómo justificarlo? Diciéndonos a nosotros mismo que no vemos en todo momento toda la verdad, que siempre habrá una parte de la realidad que otros puedan ver y nosotros no. Siguiente dilema: ¿Cómo afirmar que algo que SABEMOS que existe, existe verdaderamente, si no podemos PROBARLO? ¿Cómo afirmar o negar la existencia de Buda, si no sabemos si podemos creer nuestro propios ojos?

En absoluto intento lavarles el cerebro con que Dios existe o no, de hecho soy el primer ateo de la sala, simplemente valoro el hecho de que, con algo tan aparentemente poco ingenioso como una serie de piedras, se puede llegar a razonar casi ilimitadamente, dando pros y contras, sentando las bases para muchos debates.

¿Sabía Kerouac acerca de este jardín? ¿Fue esta misma inspiración que a mí alcanza la que le hizo descubrir su mística y entrever las otras realidades que el mundo ofrece?


Podría contarles más detalles y más casualidades que me ocurrieron durante este viaje, pero de momento les dejo con la última reflexión. Cuando volvíamos de Kyoto a Tokyo en el Shinkansen, en un momento dado en el que Eire dormía, salí a entre vagones y me puse a mirar por la ventana. Admirando las montañas japonesas, escuchando Ceremony de Joy Division, no pude evitar echarme a llorar, feliz de haber podido vivir lo vivido y de haber podido sentir esa paz interior que tanto necesitaba conocer, al menos por una vez. Cuando quise darme cuenta, estábamos entrando a Tokyo, y casi sin tiempo, bajé el equipaje, desperté a mi hermana y salimos del tren, mucho más feliz de lo que creo recordar que haya estado en mi vida.

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