1.- Cuando tenga Internet en casa, sabrán a todo momento donde estoy... aunque suelo estar siempre en mi piso, la verdad.
2.- Acerca de esas cervezas que menciona, diga momento y lugar, y ahí estaré, I promise.
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Hay una camiseta que no puedo planchar.
No es porque no tenga la capacidad, si
no porque no puedo, directamente. Lo intento, pero veo que
cuanto más me esfuerzo, peor me va quedando, más arrugas van
apareciendo. Me detengo, empiezo de nuevo, vuelvo a fallar. Me
detengo una vez más, lo vuelvo a intentar, otra vez mal. Finalmente,
después de una infinidad de intentos, arrugo la camiseta tanto como
puedo y la lanzo contra la pared más próxima, como si así pudiera
hacer que saltara en pedazos y que desapareciera de mi vista. Es
entonces cuando me doy cuenta de que me tiembla el labio inferior;
estoy llorando.
Paradójicamente, la camiseta es de mi
color favorito, el naranja, y no tiene ninguna imagen o mensaje que
pudiera hacerme pensar en algo traumático o doloroso.
No puedo más que intentar relacionarlo
con alguna de las experiencias propias o ajenas que conozco. En frío,
sólo se me ocurren dos, los patos de Tony Soprano y la magdalena de
´En busca del tiempo perdido´ de Proust. En ambos casos, un detalle
aparentemente trivial acaba desencadenando toda una serie de
recuerdos bloqueados y perdidos.
A priori, esto no tiene nada que ver
conmigo. Pero sé que si me siento a reflexionar sobre este extraño
capítulo, empezaré a ver conexiones con otras cosas, me creeré mis
propias invenciones, y una vez más, acabaré siendo mi peor enemigo.
Por lo que me siento, escribo, releo, me dejo de margen un día más,
para poder consultarlo con la almohada, y vuelvo aquí para evaluar
mis conclusiones.
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