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Craneal.

viernes, 3 de enero de 2014

Vivo en mi cráneo.

Siempre lo he sabido, siempre ha sido asi. Salgo del trabajo, camino al metro, y en vez de irme al camino rápido, para llegar a casa pronto, opto por un camino mucho más largo, por el que pasaré por un parque enorme y desconocido para el gran público al no estar en una gran ciudad.

Atravesando un paso elevado proyectoen mi mente una sesión fotográfica urbana, que me llevará a ninguna parte, donde se recalque la dureza y la frialdad de las estructuras metálicas, y su impersonalidad, comparándolas con los rasgos de un rostro, convertidos estos también en fríos e insensibles, duros, que nada de calor comunican, toda la calidez del alma humana vendida en pos de la inmediatez y el nulo esfuerzo, el olvido del significado del sacrificio, el dejar de luchar, la vida cómoda y vacía, hueca.

Entro al vestíbulo del metro sin tener claro qué itinerario voy a seguir, confiando tan sólo en que siempre hay una combinación que me lleve a casa. Así que me siento en cualquier sitio, abro “En las montañas de la locura” de Lovecraft y sigo leyendo, en mi viaje de locura personal, este otro viaje de locura concreto.

Me bajo en una parada intermedia, cojo otro metro, me bajo de nuevo, leyendo y parando, sin música ni distracción, centrado en lo que estoy haciendo. Estoy obligándome a leer vorazmente, con el cuerpo en tensión, tratando de imaginar y captar todo lo que me pasa cerca y todo lo que leo, mi atención puesta en todas las cosas, demasiados pocos ojos para tanto que quiero procesar.

Salgo a la calle en una parada que no es la mía, pero desde la cual se llegar a pie a mi piso, y me fijo en todos los escaparates por los que voy pasando, y trato de sacar algo en claro de ellos, y veo una cafetería vacia, con una lata de cocacola vacia y solitaria en una mesa, en la que leo Papá, y pienso en mi padre, y en que nunca podre escapar de su influencia, y que ahora lo que me influye es mi propia percepción de su influencia, porque hace tiempo que está criando malvas, y hace más tiempo aun que no formaba parte de mi familia.

En la acera de enfrente, un Abacus, y al fondo una pared gigantesca de libros, y pienso en mi comedor, y en las estanterías repletas ya casi a rebosar de libros, leídos casi todos y algunos por leer, y en que, en estos tiempos modernos, sigo comprando libros de papel, sabiendo como sé de las propiedades geniales para mi bolsillo que tienen los libros digitales, pensando en la casi millonada (en pesetas) que me debo haber gastado en libros, y en aprender, y en cómo los libros que voy eligiendo me van erigiendo a su vez como persona, y puede que con todo lo que haya ganado, aún me hayan salido baratos, al menos en algunos casos concretos, que nunca me canso de recomendar (“Trilogía de Nueva York”, de Paul Auster, para empezar)

Poco más arriba de la calle, me reencuentro con la librería Excellence, desaparecida de mi mapa de librerías de culto hace años, cuando dejaron el local que tenían en Rambla Catalauña, y nunca volví a saber de ellos. Aún tengo un punto de libro suyo, en alguna parte, con la frase ‘El mérito de una obra es llevarla hasta el final’ de Gengis Khan, y me fijo y leo en la fachada de la tienda ‘El hombre que no lee buenos libros no se distingue del que no sabe leer’, según Mark Twain, y me maravillo de la capacidad de síntesis de ambos, tanto se puede decir en tan pocas palabras.

Contra todo pronóstico, pasando por una calle por la que no he pasado en mi vida, me encuentro una antigua amistad, amiga de una ex mía, ahora amiga de un grupo de gente con el que trabajé y del cual me salió otra ex, y nos damos el feliz año, y nos preguntamos qué tal, y nos decimos de salir por ahí y nos decimos que nos alegramos de vernos, aunque en realidad estoy mas sorprendido que alegre.

Paso por delante de una parada de ferrocarril que apenas reconozco pero que utilicé en su día, hace años, un par de veces, y empiezo a conectar todas las piezas del puzle que es mi vida que he ido reencontrando hoy, el parque, mi padre, los libros, la Excellence, amistades antiguas, y me doy cuenta de que cerca de aquí está una discoteca a la que ahora mismo no sé llegar, increíble pero cierto (aunque tal vez no quiera volver), un cine en el que, metiéndome en broma con mi ex (la segunda del post), conseguí que se riera gente de la fila de atrás, aunque no recuerdo el chiste, ni creo que tenga mucha importancia.

Paso por la Calle de la Oreneta, donde me pidió dinero un chico retrasado, eché mano al bolsillo, saqué un billete de cinco euros, se lo di, y aún me pidió más dinero, y estuve tentado de reclamarle el billete, pero ya no era mio, era dinero perdido, y pensé que el dinero malgastado tiene más valor que el invertido, siempre y cuando uno tome nota y aprenda de las cosas que no debe volver a hacer.

Entro al piso, reviso y limpio la jaula de la rata,le doy medio tomate, pongo al dia la libreta de citas y frases de libros, que falta le hacía, me caliento la cena, me termino de ver Luther, que tenia pendiente los últimos dos capítulos desde hacia meses, me acabo una novela gráfica de Alan Moore (El amnios Natal),también pendiente de hace tiempo, apago la luz, apago el móvil, enciendo la radio, estoy desvelado, doy mil vueltas en la cama, apago la radio, me levanto, me siento un rato a escribir en la mesa del comedor, me vuelvo a la cama, vuelvo a leer a Lovecraft, enciendo el móvil, le explico mis pocas conclusiones a mi hermana –espiritual, que no biológica-, vuelvo a abrir el libro, miro la hora, las 3 de la mañana.

Salgo de la cama en tres horas.

Puto miércoles, que para más inri apenas acaba de empezar.

Ah, sí, feliz año, lector.

(=

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