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Miedo y Asco en Dublín

miércoles, 25 de mayo de 2011

Ieja, lectores y lectoras del blog, de vuelta de la Isla Esmeralda (Irlanda o Eire para los amigos).
Señor Zigor (al que desde ahora llamaremos Z) y servidor nos encaminamos al aeropuerto en medio de elucubraciones, reflexiones del viaje, música de los Ramones por mi parte y de Coldplay por la suya, dándole vueltas a algunos detalles del viaje, haciendo tiempo a 100 kilómetros por hora por la carretera del litoral.
Saliendo el Sol subimos al avión y, ante mis fallidos intentos de dormir un poco y coger fuerzas para el viaje, finalmente me uní al estudio de Z de la guía de Irlanda y empezamos a hacer boca para todo lo que nos esperaba.
Una vez desembarcados y viajando hasta la capital, no hacíamos más que fascinarnos ante el hecho de que su sentido de conducción sea el contrario, lo cual es mucho más impactante en persona que en la imaginación de cada uno.
Antes de cumplir los 20 segundos de haber bajado en la capital, Dublín, la ley de Murphy se hace patente una vez más, y oímos, contra todo pronóstico, que alguien estaba llamando al señor Z.
Compañeros de trabajo, ni más ni menos, aprovechando los últimos días de una estancia de un mes a lo largo y ancho de la isla. Manda huevos que sea la primera gente con la que hablamos en Irlanda.
Mochilas aparte, y con la guía en mano, empezamos a familiarizarnos con nuestro entorno inmediato, con el río, con el Temple Bar y sus recovecos, algunos sitios para comer y referencias a la hora de distinguir las calles.
No haré un resumen día por día porque no tendría demasiada gracia, ya que en realidad no respondíamos a ningún horario por una parte, y por la otra porque nuestra idea de alquilar un coche y movernos con libertad acabó en ese cajón al que van las ideas sin llevar a cabo, acumulando polvo y humedad, y donde se cuentan las unas a las otras cómo van las cosas.
Es decir, que exprimimos la ciudad al máximo.
Todos los días nos tomábamos unas buenas pintas y veíamos música en directo, y no sólo música folklórica sino también Rockabilly y hasta buscamos garitos de Jazz.
Los bares. Qué bares, señores, qué gentes y qué mujeres los pueblan sus interiores y sus cercanías, mother of god. Para empezar, en el Temple Bar en sí, un matrimonio canadiense (Terry y Kevin) con el que el señor Z entabló conversación y llevó a puntos de tinte político - Zeitgeist- con la esposa y servidor disfrutando del saber musical del marido, conocedor este aún siendo abogado de Derecho Internacional a TOOL, ni más ni menos, incluso a King Crimson. Siguiente bar, siguiente gente. Patrick, profesor de profesores en la Universidad de Dublín, maestro de varios idiomas y, ante todo, un hombre con sentido del humor. Ya no en un bar, sino en la cárcel de Kilmainham (a la que debería dedicarle una entrada para ella sola) charlo con Ruairi, joven irlandés amigo de Pink Floyd que nos hizo un suculento descuento por ver el parche de "The Wall" en mi chaqueta. Por último, y no por ello menos importante, Robert, dueño de una tienda de ropa de segunda mano (EAGER BEAVER, Crown Alley 17) el que nos animó a venir a trabajar a su país, a disfrutar de lo que nos encontremos en el camino y a acudir a él si finalmente decidíamos irnos a vivir a Irlanda. Señor Z se lo está planteando con absoluta seriedad, yo me planteo cambiarme en algunos sentidos, y tal vez puede que también en ese.
No puedo terminar la entrada sin antes mencionar los sitios más recomendables para mí de todo Dublín, siendo estos el Garden of Remembrance "En honor de todos aquellos que dieron su vida por la independencia de Irlanda", jardín curioso donde sentásemos a charlar durante unas 4 horas sin cuenta darnos ni siquiera importarnos, el Phoenix Park, el parque 2 veces parque, tan grande como el doble del Central Park de Nueva York, y además a las afueras, lo que permite perderse (literalmente) en la absoluto inmensidad del cielo y en la pequeñez del ser humano. Puedo sonar exagerado o incluso fantástico, pero estando rodeado de césped, de un color verde tan intenso a la luz del Sol que hace entrecerrar los ojos de intensidad, cuando mires a donde mires sólo ves un inconmensurable desierto verde en todos los rincones del horizonte, cuando eres capaz de revolcarte por el césped por el puro placer de hacerlo y sentirte vivo y, mareado y aturdido, te ríes a mandíbula batiente como sabes que hacen los niños pequeños, los que de veras saben reír, entonces te sientes absolutamente perdido en lo gigante del universo. Y otro bar, para terminar, el MEZZ, sala de rock y buena música en directo a la que acudimos en más de una ocasión, totalmente obligada visita.
Curiosidades hubieron muchas, pero resumámoslo en que en el St. Stephen's Park, además de un busto de James Joyce, podréis encontrar la típica caseta abierta de parque americano (no americano, más bien típicamente americano) en la que hay gente a raudales, vestidos de gala, bailando Jazz clásico y tomando té y galletas. Otra de ellas fue cuando, borrachos, Señor Z y yo pasamos por el puente O'Hapenny, llamado así porque el impuesto de paso era de medio penique en su día, y al ir a dejar una moneda de cincuenta céntimos en dicho puente, Señor servidor la tiró con fuerza al río, para que siempre se mantuviera mi impuesto pagado, tal y como si fuera el pago al barquero en la Laguna Estigia. La última curiosidad son los ojos de algunas dublinesas, según señor Z: "De un azul acero que es capaz de atravesarte el alma, pero no sólo a ti, sino también a los 5 tipos que tengas detrás".
Cargo fuego en los ojos como Drew Barrimore, dice Elphomega.
Volveremos, Irlanda.
Y esto es una amenaza en toda regla.

[Feliz como hacía mucho que no me sentía.]

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta :)

Rubia.

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