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Papel de magdalenas.

jueves, 3 de noviembre de 2011

[Editado: El párrafo que habla de no cambiar tildes y tal se refiere al momento en el que escribía, una vez antes de publicar si que corrijo el texto, me dan pánico algunas faltas de ortografía. Cosas de escribir con prisa. Por cierto, Blogger está idiota y han suprimdo gran parte de las opciones para editar las entradas, como poner imágenes, cambiar el tipo de texto y similares. Por favor, devuélvanme mis juguetes. Gracias.]

[Editado parte dos:
La causa de que no pudiera acceder a las opciones de edición de las entradas es porque uso el navegador Opera, un navegador minoritario que recomiendo efusivamente, He tenido que usar otro exclusivamente para poder editar la entrada.
Devuélvanme el derecho a jugar con mis propios juguetes, ¡maldita sea! Gracias]


Papel de magdalenas, cafetería casi vacía. Una vez más, en mi aburrimiento personal, navego a la deriva y busco y busco sin encontrar nada, del todo, nunca. Llueve afuera, una puerta abierta a un patio me lo recuerda. Las plantas se mojan, se riegan, encuentran la vida entre toda esta vorágine de tecnología, cacharros, herrumbre, podredumbre, servidumbre, humanidad déspota, libertad a medias, batallas en juzgados y otras cosas, rotas o por romper. Mientras, yo me como una magdalena medio seca, casi árida incluso, y me peleo con una hoja en blanco, sin ninguna intención más que la de echar un rato, seducir algunas frases, escapar de mí mismo un tiempo, unos minutos, un café, un cigarro, un respiro.

Me prohíbo volver atrás y releer, porque yo sé a ciencia cierta que entonces este ejercicio de antiaislamiento en mi propio aislamiento de nada serviría. Tengo un objetivo, y está desdibujado. Quiero saber qué es lo que quiero, que dice Elphomega. No me permito corregir los fallos en las frases, las letras desordenadas ni las tildes que están donde no van, aunque todo parte de esto mientras estoy aquí escribiendo esto, curioso, pienso.

Automonólogo que se que convertiré en una próxima entrada al blog, pendiente este de convertirse en un libro de mis peripecias mentales por los barrios, aunque siendo esa fuera mi intención tendría que imprimir y editar (no en este orden) el montón de diarios que se acumulan en la parte baja de mi estantería, al lado opuesto al de cómics que me sirven para salir de mi habitual hastiamiento, del mío y del que encuentro en otro filo de libros, filo de adversidades, problemas y neuras, porque los libros de mi vida, los libros que hay en mi vida, en cierto modo hablan de mi también, aunque mi personaje o ser no aparezca en ninguna de sus paginas, pues ellos forman parte de mi historia, de forma más o menos honda. Y si puedo, elijo cuando estoy por ahí libros que hablen de daño, de drama, de conflicto interno y externo, de pánico, de droga, de temor, de tragedia, de lágrimas, de suspiros, de palizas y sangre. De dolor humano, de personas siendo personas, porque la manera más humana de estar vivo es sintiendo dolor. El budismo me parece una buena práctica de relajación, pero no de religión. Su finalidad última es convertir a monjes en copias unos de otros, en perpetuar un conocimiento estéril, que a parte de transformar algunas mentes no conseguirá el cambio real, global, que busca.

La humanidad está condenada a destruirse a sí misma, y esto ya es parte del conocimiento humano colectivo desde el momento en el que la civilización en su conjunto (entiéndase primer mundo) tiene más facilidad para imaginar de cuantas maneras en mundo puede ser destruido y acabado que no de cómo podría evolucionar la cosa. Pensemos en certezas que todos tenemos en mayor o menor medida. Que si las corporaciones, que si el dinero, que si el capitalismo, bla, bla, bla ¿cómo es posible que nada de todo eso se haya acabado ya?¿Cómo aún quedan monopolios y empresas que buscan más el beneficio que la felicidad colectiva?¿Es posible un mundo en el que no nos veamos tan cercados y limitados por cifras, valores, billetes y monedas?¿Servirá de algo que tantos pensemos en esto y hagamos pensar a otros en esto?

Si tenemos tan claro las cosas que hacemos mal, ¿porqué las seguimos haciendo igual?, digo yo.

Personalmente, prefiero el daño que yo mismo pueda causarme al que pueda sufrir por voluntades ajenas. Prefiero con creces la angustia y el pánico mental que me causo con mis dudas y preguntas que, a fin de cuentas, acaban siendo los fenómenos que me hacen moverme casi cada día y avanzar en este paraje temporal preapocalíptico, que no el temor perpetuo a quedarme sin casa, sin ahorros, sin amigos, sin palabras.

Mi energía, toda la que pueda reunir, se va desde el momento que escribo en dirección a lo que escribo, y quiero que mis textos tengan mi fuerza y tengan mi convencimiento, y que en ellos confluyan mis deseos, y mis mejores consejos, y mis mejores palabras.



Quiero pensar que escribo para ser feliz, de alguna manera.





Canciones para tomar drogas malsanamente, volumen 5:

The Small Faces - "Ogdens' Nut Gone Flake"

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