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Verdad Extraña [2]

lunes, 29 de julio de 2013


Algo está cambiando. Me puse un juego en la play y al nada, en plena pantalla de press start, empecé a pensar que estaba perdiendo el tiempo. Que no me iba a aportar nada, por mucho que ganara o perdiera, por mucho empeño que le pusiera, ya que ni siquiera me estaba concentrando en lo que hacía. Mi mente divaga y se difumina en otras cosas, mientras sigo sin centrarme. Quito el juego, con bastante asco, y me pongo una película, que quito a la media hora de plena apatía. Me siento al sofá de leer, alcanzo un libro, lo hojeo, lo empiezo, lo abandono al llegar a la pagina 30 y no saber que mierda he estado haciendo la ultima media hora anterior. Decido salir.

Saliendo de casa, de camino a otro bar (una vez más) pienso en la falta que me hace salir de casa, y moverme un poco, y relacionarme con mis semejantes. Me han hecho reflexionar, estos últimos tiempos, en lo desaparecido que he estado en todos los ámbitos los últimos años. Y es cierto. Pero no es menos cierto que la cabra siempre tira al monte, que en realidad nunca he sabido compartir mis problemas porque creo tener solución a todos y cada uno de ellos, aunque mi solución sea no hacer nada de nada, y siempre me he encerrado en mi mismo, buscando llaves a puertas que se abren por el otro lado.

Una puerta se abre y una puerta se cierra, que dice el Tao.

Verdad Extraña [1]

domingo, 21 de julio de 2013

Respuestas a comentarios:

1.- Cuando tenga Internet en casa, sabrán a todo momento donde estoy... aunque suelo estar siempre en mi piso, la verdad.

2.- Acerca de esas cervezas que menciona, diga momento y lugar, y ahí estaré, I promise.


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Hay una camiseta que no puedo planchar.

No es porque no tenga la capacidad, si no porque no puedo, directamente. Lo intento, pero veo que cuanto más me esfuerzo, peor me va quedando, más arrugas van apareciendo. Me detengo, empiezo de nuevo, vuelvo a fallar. Me detengo una vez más, lo vuelvo a intentar, otra vez mal. Finalmente, después de una infinidad de intentos, arrugo la camiseta tanto como puedo y la lanzo contra la pared más próxima, como si así pudiera hacer que saltara en pedazos y que desapareciera de mi vista. Es entonces cuando me doy cuenta de que me tiembla el labio inferior; estoy llorando.

Paradójicamente, la camiseta es de mi color favorito, el naranja, y no tiene ninguna imagen o mensaje que pudiera hacerme pensar en algo traumático o doloroso.

No puedo más que intentar relacionarlo con alguna de las experiencias propias o ajenas que conozco. En frío, sólo se me ocurren dos, los patos de Tony Soprano y la magdalena de ´En busca del tiempo perdido´ de Proust. En ambos casos, un detalle aparentemente trivial acaba desencadenando toda una serie de recuerdos bloqueados y perdidos.

A priori, esto no tiene nada que ver conmigo. Pero sé que si me siento a reflexionar sobre este extraño capítulo, empezaré a ver conexiones con otras cosas, me creeré mis propias invenciones, y una vez más, acabaré siendo mi peor enemigo. Por lo que me siento, escribo, releo, me dejo de margen un día más, para poder consultarlo con la almohada, y vuelvo aquí para evaluar mis conclusiones.

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