Segunda parte del serial.
Ayer noche, después de las 2 am. Cojo una botella de
agua fría de la nevera. Quería salir al balcón a tomar el aire y
pensar un poco. Mis vecinos gitanos estaban fuera, en el patio de
vecinos. A juzgar por sus voces es mediodía. No lo es. No tengo nada
en contra de ellos, pero no les saludo, y esto es aplicable a la
mayor parte de gente que me encuentro y que conozco. Aplicable
incluso a gente con la que tengo buena relación. Veces y veces he
girado una esquina que no estaba en mi ruta o he esquivado una calle
o he huido, sin más, por no querer ver a alguien. Soy cobarde, la
mitad de las veces, soy soberbio, la otra mitad. Como Jim Morrison,
arrogante y frágil. Si no es mi día, simplemente no es mi día, y
no hay nada que nadie pueda hacer por sacarme del pozo que yo mismo
cavo.. Sólo dejarme tranquilo. Ya se me pasará un día de estos.
Vivo encerrado en mis propias normas, en mi propio aislamiento,
prisionero en mi propio mundo.
Quería salir al balcón a pensar, decía, pero
preferí quedarme en el comedor, tumbarme un rato y tratar de
relajarme. Mi espalda estaba dolorida de dormir en tensión los
últimos (¿días, semanas, meses?) tiempos y acabé hablando conmigo
mismo, aconsejándome que tratara de dejar de luchar contra el
colchón, descansar no debe suponerme un esfuerzo, joder. Enumeré
las cosas que debo hacer. Tuve la idea de hacer una lista. A la
mierda, me dije. De las listas que he hecho a lo largo de mi vida, no
se si he sido capaz de completar si quiera una. El señor M32 y yo
bromeábamos sobre hacer una lista con qué hacer con las listas
pendientes. Por lo que, si tengo cosas que debo hacer y están sin
hacer, es porque no las quiero hacer, entonces, ¿por qué
molestarse? Si estoy tratando de aflojar un poco el ritmo, que le
jodan a todo. Lo haré cuando sea indispensable para seguir
respirando. Esto es culpa mía y de nadie más, me veo de pequeño
dando largas en el colegio para no entregar trabajos, para no tocar
la flauta en clase de música, para no entregar los putos trabajos
manuales que nunca supe hacer como el profesor me pedía, poniendo
excusas y largas y mierdas para salir del paso, olvidarme del asunto
lo más rápidamente posible y empezar a pensar en otra cosa. Claro
que uno se sentía mal después; cuando las cosas no salían como uno
pretendía. Cuando el pan era un éxito, encerrábamos las pruebas y
tirábamos la llave. Ese evitar enfrentarme a lo que tengo delante y
a lo que tengo que hacer me lleva por el camino de la amargura, en
algunas cosas, y exploto cuando la presión me puede, cuando me puedo
a la presión, cuando me presiono demasiado, y mira que aguanto, que
soporto, que resisto, pero sé que me voy a romper si no soy yo mismo
el que me tiende un puente y me echo un cable.
Estiré los brazos en la oscuridad, hacia el techo.
No sabía porqué tomaba esa posición, pero me estaba relajando. El
estrés de vivir un sin vivir, ahogándome en un vaso sin agua,
huyendo de espejismos y corriendo en todo momento hacia ninguna parte
hace que tenga la espalda perpetuamente tensa, y a veces siento
pinchazos en el cuello, como si alguien me pellizcara para hacerme
ver que no estoy en un sueño, que esto es de verdad.
Finalmente, después de un rato tumbado en el sofá,
pensando en estas cosas y algunas otras, suelto todo el aire de mis
pulmones, cojo aire de nuevo intentando serenarme y dejar la mente en
blanco sólo por un segundo, y me digo que no puedo seguir así, que
necesito un respiro, y puede que un abrazo.
Basura mental, vol. 7.
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